Durante dos siglos, los combustibles fósiles marcaron la economía, la política y la geografía del poder global. El petróleo y el gas definieron alianzas y conflictos, y dieron forma al mapa energético que aún conocemos. Sin embargo, ese modelo se agota. En su lugar emerge un actor con un perfil distinto: China, convertida en el primer “electroestado” del mundo.
Una década de planificación y electrificación
El cambio no es casual. Desde 2015, bajo la estrategia Made in China 2025, Pekín apostó por reducir su dependencia del crudo y el gas, considerados vulnerabilidades estratégicas. El resultado es un despliegue masivo de renovables, baterías y vehículos eléctricos que ya sitúa a China como líder indiscutible en electrificación.
Hoy, más de una cuarta parte de su electricidad procede de fuentes eólica y solar, con un crecimiento de la capacidad superior incluso al aumento de la demanda. El país que fue sinónimo de contaminación atmosférica empieza a registrar descensos en sus emisiones de CO₂.
Dominio industrial y proyección exterior
China ha construido cadenas de suministro completas y economías de escala que han abaratado paneles solares, baterías y coches eléctricos. Sus exportaciones de tecnología limpia ya tienen impacto global: según Carbon Brief, solo en 2024 redujeron en un 1% las emisiones de CO₂ fuera de sus fronteras.
Un mundo dividido en dos bloques energéticos
El avance chino inaugura un mapa bipolar: los petroestados (Arabia Saudí, Rusia) mantienen su influencia con hidrocarburos, mientras que los electroestados (con China al frente y Europa como seguidora) la ejercen a través de la electrificación y el control de las cadenas de suministro de tecnología limpia.
Pero la brecha podría acortarse. La energía renovable ofrece soberanía: cada país puede producir electricidad a partir del sol o el viento sin depender de importaciones ni de la volatilidad de los mercados.
El declive de los hidrocarburos
La señal más clara del cambio es la caída de las importaciones de petróleo en China en 2024, la primera en veinte años (salvo el paréntesis de la pandemia). Los analistas prevén que su demanda alcance el máximo en 2027, una inflexión que amenaza el modelo de países como Rusia o Arabia Saudí.
Las contradicciones del gigante
Pese a los avances, China sigue siendo el mayor consumidor de carbón y continúa construyendo centrales térmicas, aunque operen como respaldo y con baja utilización. Más preocupante resulta el auge de la industria carboquímica, que ha elevado sus emisiones en los últimos años. Aun así, el despliegue renovable ha permitido reducir en torno a un 1% sus emisiones de CO₂ en la primera mitad de 2025.
Un cambio tectónico
La emergencia de China como electroestado no responde a un compromiso climático, sino a intereses estratégicos e industriales. Sin embargo, sus efectos están acelerando la descarbonización mundial más que cualquier cumbre internacional.
El poder global empieza a medirse en gigavatios renovables, minerales críticos y cadenas de suministro de baterías y paneles solares. La era de los petroestados se desvanece; la de los electroestados, con China a la cabeza, ya se abre paso.
Fuente | xataka.com