El futuro del sector del motor pasa porque sus propios empleados puedan permitirse los vehículos eléctricos que producen

Impulsar con rapidez la conversión hacia el vehículo eléctrico implica equilibrar varios frentes: reducir las emisiones sin poner en riesgo la viabilidad de un sector que sustenta millones de puestos de trabajo en todo el continente europeo; salvaguardar a los fabricantes autóctonos ante la creciente y agresiva competencia procedente de China, pero sin alterar la libre competencia entre regiones ni sectores; y canalizar financiación pública sin provocar una dependencia estructural, mientras se reservan recursos para cumplir con el compromiso de elevar el gasto militar hasta el 2% del PIB. Este es el complejo desafío que enfrenta Europa y su industria automovilística, y que este lunes se analizó en el Cercle d’Economia.

En 2024, por primera vez en la historia, China superó en ventas de automóviles a Europa y Estados Unidos combinados. “Si los consumidores no optan por los vehículos eléctricos o de hidrógeno, nuestro mercado se reducirá drásticamente”, alertó Luca de Meo, director ejecutivo de Renault. Los fabricantes se sienten presionados entre dos polos: por un lado, los gobiernos, que impulsan la electrificación restringiendo normativamente la venta de motores térmicos; y por otro, los usuarios, que siguen prefiriendo los motores de combustión por el alto precio de las opciones eléctricas y la limitada infraestructura de carga.

“Estamos atravesando una transformación profunda en nuestra forma de producir y consumir”, reconoció Teresa Ribera, vicepresidenta de la Comisión Europea para una Transición Limpia, Justa y Competitiva. Advirtió que el cambio será complejo, pero debe afrontarse como una oportunidad para crear empleo, a pesar de que la industria demande mayor flexibilidad para mantener la combustión interna más allá de 2035.

El sector ya anticipa un ajuste laboral significativo. En Volkswagen, por ejemplo, se prevé reducir 35.000 empleos hasta 2030 para financiar la reconversión de sus fábricas. En Seat, ya se acordaron 1.300 prejubilaciones con ese mismo propósito. “Europa seguirá siendo una potencia en automoción, pero el camino será difícil”, aseguró Jeromin Zettelmeyer, director del instituto Bruegel.

En este escenario, España se juega mucho, ya que el sector automotriz representa aproximadamente el 10% de su PIB y emplea a cerca de dos millones de personas, según cifras de la patronal Anfac.

Durante la jornada del Cercle d’Economia, los expertos no hallaron soluciones milagrosas, pero sí evidenciaron los distintos enfoques para abordar esta transición. De Meo denunció el exceso de burocracia –“un cuarto de mis ingenieros trabajan en temas regulatorios”–, mientras que Zettelmeyer sugirió que Europa debería abandonar los procesos industriales más intensivos en consumo energético. Ribera, por su parte, abogó por una mayor cohesión fiscal y la eliminación de barreras internas dentro del mercado único.

El futuro del automóvil europeo depende, en buena medida, de su capacidad para vender más vehículos eléctricos, y una de las claves en las que coincidieron los ponentes fue la necesidad de mejorar los salarios.

“Dependemos del bienestar de la clase media. Hace un siglo, un trabajador de Ford podía comprarse el coche que fabricaba. Hoy, uno de los míos no puede permitirse un vehículo nuevo”, lamentó De Meo. “Hay que pagar mejor a la gente”, concluyó, haciendo un llamado no solo al sector automotor, sino al conjunto del tejido empresarial.

Fuente | elperiodico.com

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