La Unión Europea atraviesa un momento decisivo en su transición hacia la movilidad cero emisiones. Mientras algunos Estados miembros presionan para flexibilizar la prohibición de vender coches nuevos de combustión interna a partir de 2035, otras voces dentro de la industria, y no precisamente menores, están exigiendo exactamente lo contrario: firmeza absoluta.
Entre los opositores más contundentes a una posible prórroga se encuentran Volvo y Polestar, dos marcas con fuerte implantación en Europa y respaldadas por el grupo chino Geely. Ambas compañías han advertido de que relajar el plazo de 2035 sería un error estratégico que generaría incertidumbre y debilitaría la transición energética del continente.
Incertidumbre regulatoria: el enemigo de la inversión
La postura de estas marcas choca frontalmente con la de países como Alemania, que reclama excepciones para vehículos alimentados con e-combustibles sintéticos más allá de 2035. Sin embargo, para Volvo y Polestar, el verdadero motor de la transformación no reside en ampliar vías alternativas, sino en mantener reglas claras y estables.
El consejero delegado de Polestar, Thomas Ingenlath, lo resumió con una frase que ya resuena en el debate europeo: “La estabilidad es la moneda de la inversión”. Ambas marcas han realizado un esfuerzo industrial considerable para abandonar los motores de combustión, fijando sus propios objetivos incluso antes que la normativa europea:
– Polestar ya es una marca 100% eléctrica.
– Volvo dejará de vender vehículos con motor de gasolina o diésel en 2030, cinco años antes de la fecha límite de la UE.
Desde esta perspectiva, cualquier retroceso regulatorio no solo perjudicaría a los fabricantes más comprometidos, sino que enviaría una señal confusa al consumidor europeo en un momento clave de decisión tecnológica.
La ventaja estratégica de la industria china en Europa
El posicionamiento de Volvo y Polestar no puede desligarse del peso de su matriz, Geely, uno de los grupos automovilísticos con mayor fortaleza en la cadena global de baterías. Acelerar la electrificación europea también supone consolidar una ventaja competitiva frente a los fabricantes que han retrasado su transformación.
Para estas marcas, la fecha de 2035 no es solo un hito medioambiental, sino una oportunidad industrial que Europa no debería desperdiciar.
El pulso con Alemania y la brecha en el sector
En el otro extremo, el Gobierno alemán —presionado por su potente industria automotriz, insiste en habilitar una excepción para los modelos alimentados exclusivamente por e-combustibles neutros en carbono. El ministro de Transporte, Patrick Schnieder, defiende que el reglamento debe contemplar esta vía.
Pero incluso dentro del propio sector, la división es evidente.
– Para Volvo y Polestar, los e-combustibles son una solución ineficiente y cara, incapaz de competir con el vehículo eléctrico de batería.
– La producción a gran escala sigue sin ser viable y difícilmente podría abastecer a millones de vehículos nuevos en la próxima década.
El coste político de retrasar la transición
La oposción firme de estas marcas añade presión a los legisladores europeos. Ceder a los intereses de los países que buscan flexibilizar el calendario supondría cuestionar la credibilidad de la UE como líder climático, además de penalizar a los fabricantes que han cumplido —e incluso adelantado— los plazos.
En los próximos meses, Parlamento y Comisión deberán decidir si permiten una “válvula de escape” tecnológica o si consolidan definitivamente la ruta hacia la descarbonización total del transporte. La resolución no solo marcará el futuro del automóvil europeo, sino que enviará un mensaje clave al mundo sobre la voluntad real de Europa de liderar la lucha contra el cambio climático.
Fuente | autobild.es
