La principal economía de la Unión Europea vive tiempos convulsos. La invasión rusa de Ucrania obligó a Berlín a reducir su dependencia energética de Moscú, empujándole a buscar rutas alternativas a través de las penínsulas ibérica e itálica para poder obtener combustible. Sorteado dicho obstáculo, no sin grandes dificultades, Alemania todavía debe hacer frente a una serie de dificultades que amenazan, en estos instantes, a una de las joyas de la industria automotriz del Viejo Continente. Así, Volkswagen está planeando cerrar plantas en suelo germano por primera vez en sus 87 años de historia.
La compañía alemana está estudiando la clausura de factorías dedicadas a la fabricación de la principal gama de turismos. El cierre, que también afectaría a algunas de sus subsidiarias, persigue un doble objetivo. Por un lado, aplicar una fuerte reducción de costes y, por otro, finalizar el pacto con los sindicatos que asegura los puestos de empleo hasta 2029. Un cierre de estas características evidenciaría la debilidad de Volkswagen y garantizaría un conflicto laboral en un momento muy delicado para el gobierno de Olaf Scholz, con la extrema derecha subiendo como la espuma a falta de un año para las elecciones federales.
Oliver Blume, director ejecutivo de la compañía, ha vinculado el estudio de estos cierres con un incremento de la competitividad en el Viejo Continente. Concretamente, Blume ha señalado en un comunicado que “nuevos rivales están entrando en Europa“, señalando que “Alemania, como ubicación de negocio, está perdiendo puestos en relación con la competitividad“. El empresario parece hacer referencia a la vigorosa entrada de las automovilísticas chinas en suelo europeo, gracias a las facilidades proporcionadas por gobiernos como el húngaro.
Este movimiento se produce después de un primer semestre complicado para la compañía. Volkswagen informó en agosto que, durante los primeros seis meses del año, las ventas alcanzaron los 129.365 millones de euros, un volumen inferior a los 130.568 millones de euros que en el mismo periodo de 2023. Además, el beneficio neto también disminuyó, ya que la firma obtuvo 6.699 millones de euros en comparación con los 7.737 millones del año anterior. Cifras que reflejan el complejo momento que está viviendo la automovilística germana.
Asimismo, la firma también se ha visto afectada por la inesperada ralentización de la adopción de los coches eléctricos. La lentitud en la expansión de dichos vehículos llegó a tal punto que Volkswagen se vio obligada a modificar sus planes de producción, mientras que el gobierno de Olaf Scholz optó por retirar las ayudas a la compra de los coches eléctricos. El cóctel resultante no ha sido bien digerido por Volkswagen, que procura ahora reducir los gastos desesperadamente, estudiando incluso la ruptura del pacto al que llegó en 2021 con los sindicatos para no ejecutar despidos por razones operativas hasta 2029.
De llevarse a cabo, serían los primeros cierres de fábricas en suelo germano en 87 años de historia de Volkswagen. Una clausura semejante infligiría un duro golpe al gobierno de coalición liderado por Scholz, a un año de las elecciones federales y con Alternativa por Alemania en auge. La extrema derecha obtuvo este fin de semana su primera victoria electoral desde la Segunda Guerra Mundial, logrando hacerse con el primer puesto en los comicios celebrados en Turingia. Parece que la alegría que la reducción del IPC alemán pudo haber generado en Berlín hace pocos días se está desvaneciendo rápidamente.
El Economista