La transición energética es una necesidad indiscutible para frenar el cambio climático
Los titulares sobre nuevos récords de altas temperaturas en España y en el resto del mundo son una constante desde hace años. Según los datos, cada verano es más cálido que el anterior. Desde finales del siglo XIX, la temperatura media del planeta ha aumentado 1,2 grados centígrados y, precisamente, este 2023 los termómetros han registrado el verano más caluroso de la historia.
Esto es síntoma del impacto de las actividades humanas en el medioambiente. Afrontar este desafío climático y potenciar la conservación de nuestro entorno, que pasa por reducir la dependencia de los combustibles fósiles y evolucionar hacia un modelo más sostenible de producción y consumo de energía, es ya una prioridad a nivel global. Actualmente, gobiernos y organizaciones están apostando por combustibles de bajas emisiones o sin emisiones de carbono, basados en las fuentes renovables.
Entre ellos se sitúan los biocombustibles, un tipo de combustible renovable que proviene de materia orgánica y que se caracteriza por tener un nivel de emisiones netas de dióxido de carbono (CO2) significativamente menor al de los combustibles fósiles tradicionales, como el carbón, el petróleo o el gas.
Según su procedencia, hay dos tipos de biocombustibles. Los de primera generación (1G), que se fabrican a partir de cultivos vegetales, como la caña de azúcar, la remolacha o el trigo, entre otros, y los de segunda generación (2G), producidos a partir de residuos orgánicos como, por ejemplo, aceites de cocina usados, biomasa forestal o desechos agrícolas o ganaderos.
Cada uno de ellos, gracias a su capacidad para reducir emisiones, pueden acelerar la transición energética al contribuir a la descarbonización de sectores difíciles de electrificar, como la industria o el transporte pesado terrestre, aéreo y marítimo. Asimismo, en el caso de los biocombustibles 2G, favorecen la economía circular al aprovechar residuos que, de otra forma, terminarían en los vertederos.
Los biocombustibles son también una opción de presente, pues al ser análogos químicamente a los combustibles usados hoy en día, ya pueden sustituirlos parcial o totalmente sin necesidad de hacer cambios en los motores de camiones, barcos o aviones ni en las infraestructuras de almacenamiento y distribución. Además, pueden contribuir a la independencia energética de España y Europa, ya que son una alternativa al gas y al petróleo.
Aunque el uso de biocombustibles en la industria, la aviación o el transporte marítimo todavía no está demasiado extendido, su empleo es habitual en el transporte por carretera, donde desde hace años es obligatorio incorporar un porcentaje de biocombustibles al diésel y la gasolina convencionales y, en estos momentos, ya podemos ver cómo empiezan a suministrarse en los buques y a realizarse pruebas en los motores de aviones.
Descubrimos a continuación cuáles son los biocombustibles que más veremos crecer en España en los próximos años. El diésel renovable (HVO), obtenido mediante procesos de hidrotratamiento de aceites y grasas, puede sustituir hasta el 100% del diésel utilizado en el transporte por carretera, marítimo o ferroviario; el combustible sostenible de aviación (SAF) es la versión renovable del queroseno empleado por los aviones y su objetivo es contribuir a descarbonizar el sector aéreo; y el biometano es una alternativa para reemplazar al gas natural en la industria y movilidad. Todos ellos tienen en común el hecho de que pueden sustituir parcial o totalmente a los combustibles fósiles empleados actualmente y, con ello, cambiar la manera en la que nos movemos, hacer que sea más sostenible.
Teniendo en cuenta que la utilización de biocombustibles puede llegar a reducir hasta en un 90 % las emisiones de CO2 respecto a los combustibles tradicionales, Cepsa quiere ser palanca de apoyo en la descarbonización y convertirse en un referente de la transición energética. Por ello, en el marco de su estrategia Positive Motion, la energética se ha marcado como objetivo liderar la fabricación de biocombustibles 2G en España y Portugal: la compañía estima, para 2030, contar con una capacidad de producción anual de 2,5 millones de toneladas de biocombustibles, de las que 800.000 toneladas serán de SAF, cantidad suficiente como para sobrevolar 2.000 veces el planeta, apunta la energética.
Entre los pasos en firme que está dando, Cepsa anunció el pasado mes de abril la construcción, junto a Bio-Oils, de la mayor planta de biocombustibles de segunda generación del sur de Europa, con una capacidad de producción flexible de 500.000 toneladas de SAF y diésel renovable, destinados a la descarbonización del transporte pesado.
El acceso a la materia prima es uno de los grandes retos de la industria para la producción de biocombustibles 2G. En respuesta, Cepsa recurre a distintos proveedores y ha apostado por la investigación de diversas materias primas para producirlos. En este sentido, ha firmado un acuerdo con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para estudiar la viabilidad de plantar cultivos energéticos de cobertura en diferentes zonas rurales de España y otro con el Instituto Tecnológico de Canarias (ITC) para desarrollar biocombustibles a partir de microalgas.
También colabora con Cooperativas Agro-alimentarias de España, organización que agrupa a más de 3.600 cooperativas agrarias y más de un millón de socios, agricultores y ganaderos, para investigar si la biomasa residual generada por diferentes industrias, como la oleícola, olivarera, vitivinícola o ganadera, puede transformarse en materia prima para producir estos combustibles renovables. Es decir, un conjunto de avances destinados a encontrar alternativas viables que, a la vez, garanticen un futuro más sostenible.
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