Este taxista egipcio convirtió su viejo Fiat 127 a eléctrico
Aunque para muchos el coche eléctrico es un invento moderno, la realidad es que su adopción comenzó hace más de un siglo. Precisamente estos días se cumplen 126 años del inicio de los trabajos de la primera empresa de taxis eléctricos de Europa, y separada solamente por unas semanas de la primera iniciativa en el mundo, la empresa de taxis de Nueva York.
Esta es la historia de un visionario, el ingeniero británico Walter Bersey, que con apenas 23 años fabricó su primer vehículo eléctrico, un autobús. Luego vino una furgoneta y después su propuesta más popular, un taxi.
Esto nos indica que la tecnología de los motores eléctricos, y sobre todo de las baterías, llevaban ya unos años desarrollándose. Algo que permitió poder contar con una tecnología lo suficientemente madura como para lanzarse a las calles de Londres a ofrecer una alternativa más económica y silenciosa a los carros de caballos.
Pero el camino no fue fácil. Y es que esta aventura recibió, como suele ser habitual, el recelo de los que hasta entonces vivían del sector del transporte tradicional con animales. También la poco evolucionada tecnología se libró de los problemas y las burlas.
La empresa comenzó sus actividades a finales de agosto de 1897, cuando los periodistas se acercaron a una nave en la localidad londinense de Lambeth para la inauguración de la London Electrical Cab Company.
El primer modelo era un taxi alimentado por un pequeño motor de 3 CV situado en el eje trasero, que le impulsaban hasta una velocidad máxima de 16 km/h, y que se alimentaba de una batería formada por 40 celdas y 170 Ah, que le permitían disfrutar de una autonomía de unos 80 kilómetros con cada carga. Suficiente para cubrir la jornada diaria.
Un apartado realmente complejo era tal vez el que podríamos pensar que sería el más sencillo. Cómo recargar la batería. La respuesta no era dar de alta un contrato y colocar una toma, ya que por entonces no había una red de distribución nacional. Para lograrlo, una empresa eléctrica privada enviaba energía a la fábrica a demanda para cargar las baterías.
La empresa de taxi optó por un formato familiar hoy en día. Una plataforma donde estaba instalada la batería, que podía retirarse del vehículo para sustituirla por una cargada cuando era necesario. Algo similar al cambio de batería actual y que otorgaba algo más de flexibilidad al conjunto.
El resultado era un vehículo sencillo y funcional, que se convirtió en una fuente de ingresos nada desdeñable. Según los registros de la época, el ayuntamiento de Londres cobraba un impuesto de 20 chelines por día (unas 100 libras actuales) en una jornada donde cada unidad podía facturar hasta 6 libras, unas 630 libras actuales.
A pesar de esto, también encontró muchas dificultades. Y es que a pesar de la evolución de la tecnología, el problema del peso era demasiado importante. Eran 1.500 kilos, la mitad de ellos de la batería. Algo que por un lado tenía impacto en la velocidad a la que podía moverse el vehículo, especialmente en las pendientes donde apenas lograba mantener el ritmo de una persona caminando, y por el otro también había problemas con el frenado.
Las carreteras tampoco eran como las actuales, lo que provocaba que cuando el suelo se humedecía, recordemos que hablamos de Londres, lo que significa casi siempre, las ruedas se hundían en las zonas blandas.
A pesar de esto, durante un corto periodo de tiempo, este modelo logró una cuota de éxito más que respetable, consiguiendo desarrollar una flota de 75 unidades. Un éxito que terminó con la llegada del motor de combustión, que barrió por delante a una tecnología eléctrica que no logró mantener el ritmo de evolución necesaria.
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